miércoles, 13 de junio de 2012

HACE UN AÑO



Hace un año exactamente que me operaron para quitarme un pecho –con pezón incluido- y lo reconstruyeron con un músculo de la espalda. Lo he dicho tantas veces que ya me sé de memoria el gesto disimulado de asombro de la otra persona, cuando explico que despegan un músculo de la espalda, le dan la vuelta y lo ponen en la parte delantera… tal cual como si se tratara de un bistec.
A un año de la operación, aún no siento mi espalda en muchas zonas. Y aunque hay otras zonas que ya recuperaron parte de su sensibilidad, parecen ajenas al rozarlas. Escondidos bajo un sostén de copa gruesa, mis dos pechos se ven muy normales y nadie diría que uno me falta. Bajo la blusa, el cuento es otro: el pecho reconstruido en realidad tiene muy bonita forma, pero la ausencia del pezón lo muestra abandonado, silencioso y asexuado. Y allí si que no siento nada de nada, como si se tratara de un bichejo ajeno.
Me falta aún la última de las operaciones: la reconstrucción del pezón. Cuando los médicos me explicaron, mostrándome fotos, cómo quedarían mis pechos luego de la reconstrucción, yo siempre buscaba el “resultado final”, el que aún no ostento: los dos pezones, uno en cada pecho. Pero el doctor tenía pocas de esas fotos y sí muchas de las primeras fases de la operación. Entonces no entendía por qué, de las diez o doce fotos que veía, sólo dos o tres tenían el pezón reconstruido. Y ahora entiendo que es todo un largo proceso y que en el camino, por muchos motivos razonables, algunas mujeres se conforman con el primer resultado.
Yo espero esa última operación como si se tratara de un arreglo muy importante. Sé que mis pechos no quedarán iguales y que el pezón reconstruido se verá como eso: un pezón reconstruido. Pero ahí voy, embarcada en mis asuntos.
Hace apenas un mes en una clase de yoga lloré por el músculo de la espalda. Había llorado por el pecho, un día antes de la mastectomía bilateral, como si hubiera muerto alguien... pero nunca en todo este año pensé en el músculo de la espalda. Sin embargo, en plena clase de yoga, hicimos ejercicios boca arriba y cuando me encontraba concentrada en mi respiración me di cuenta –¡oh!-¡oh!- que el músculo se había ido de paseo. Porque no es que no esté: está, y muy vivo, pero fuera de lugar -de hecho este pecho se mueve a voluntad con ese músculo que quedó desplazado- y atrás, en la espalda, es que se cumple la verdadera ausencia. ¿Quién se acuerda de la espalda? Hay que usar un espejito para verla con esfuerzo. La espalda no es de uno: es de los otros que la ven, pero no parece nuestra. A no ser en esa clase de yoga en donde la espalda sí reclamaba su lugar. Fue en ese momento en el que lloré y lloré y lloré sin contención, por ese músculo que había perdido y del cual no tenía noticias.
Ha pasado un año y, además de prepararme para la operación, me preparo como nunca para mi chequeo anual. Esta vez, a diferencia de las otras veces, me asusta enormemente ir bajo la máquina a exponer mis pechos y escuchar de los médicos lo que quiero escuchar: que todo marcha de maravillas, que voy como espero, que no hay reincidencias ni calcificaciones de nada. En este año transcurrido he visto o conocido casos de otras mujeres con mucha menos suerte que yo… y en cada caso me he preguntado cómo funciona esa extraña lotería de la vida o la muerte. 

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